Las huellas del sujeto en narrativas de autores construccionistas
Subject’s tracks in the narratives of constructionist authors
Óscar E. Cañón O. *
Universidad Santo Tomás, Bogotá, Colombia
Recibido: 9 de abril de 2008 Revisado: 18 de mayo de 2008 Aceptado: 24 de junio de 2008
RESUMEN
El sujeto es una construcción que permite comprender una época y una sociedad. Su estudio es vital para esclarecer las formas en que los seres humanos se relacionan. Los autores construccionistas aquí estudiados convergen en sus ideas relacionales versus la identidad moderna de un sujeto racional y auténtico. A su vez, se exponen y debaten algunas críticas a esta mirada relacional del construccionismo social, que lo responsabilizan de ser una especie de disolvente del sujeto y no un visualizador de un sujeto cambiante, acogido a los tiempos.
Palabras clave: Sujeto, Identidad, Relación, Yo, Construccionismo social.
ABSTRACT
The subject is a construction that allows us to understand a certain period and a society. Its study is key to clarify the ways in which human beings relate to each other. Constructionist authors studied here converge in their relational ideas versus the modern identity of a rational, authentic subject. At the same time, some criticisms of this relational look of Social Constructionism are presented and debated, looks that hold it responsible for being a kind of subject dissolvent, instead of viewing a changing, time-admitting subject.
Keywords: Subject, Identity, Relationship, Self, Social constructionism.
No soy el insensato que se aferra al mágico
sonido de su nombre; pienso con esperanza en
aquel hombre que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Jorge Luis Borges
Presentación
Hablar del yo o del sujeto se comprende en este texto como una necesidad de buscar la identidad de los seres humanos en la época actual. Identidad comprendida como la expresión de múltiples posibilidades y no como la confirmación de una individualidad. Este propósito pretencioso es expresado por Gergen (1992, p. 12) cuando afirma que trabajar en el yo es “[...] nuestra manera de comprender quiénes somos y para qué estamos en el mundo”.
Además, la discusión sobre el sujeto es vital para dar cuenta de la relación de éste con la sociedad contemporánea y la forma en que cada época, literalmente, determina su curso. Se trata, entonces, de hacer aquí una discusión teórica sobre el yo, que se inserte en la cotidianidad de nuestro contexto específico.
Las discusiones sobre el yo o el sujeto apuntan a un efecto práctico, como lo sugiere Rorty (1991), sobre cómo nos disponemos a la felicidad o trascendencia, en general. En este sentido, el yo o el sujeto está dado para ubicar un sentido concreto en la vida. De hecho, un yo relacional tiene sentido a partir de la idea de convivencia, de bienestar y de felicidad. Así, insertarnos en la cotidianidad del yo implica consecuencias prácticas para su comprensión, conectadas a valores de la modernidad significativamente arraigados, y descritos por Foucault (1990) como tecnologías del yo:
[...] que permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta o cualquier forma de ser obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad (p. 48).
Este artículo está concebido como una discusión preliminar, por la vía de la exploración documental, entre las ideas de autores construccionistas de la psicología como Kenneth Gergen, Tomás Ibáñez y Jerome Bruner, con las del destacado psicólogo cubano Fernando González (2002), autor que desde la modernidad vincula al construccionismo como disolvente del sujeto o del individuo.
Para resaltar la forma en que comprenden este concepto los autores mencionados, se citan sus expresiones relativas al yo y luego se integran tales afirmaciones, ejercicio que ha develado, incluso, dudas sobre la fortaleza de los argumentos de uno y otro lado. Además, dada la complejidad de los conceptos de yo, sujeto e individuo, se apela al uso de las reflexiones de autores propios de la literatura especializada.
Se afirma y argumenta a lo largo del texto que el construccionismo social no disuelve al sujeto; más bien, pretende confrontar y poner en duda su excesivo énfasis modern o. La sociedad occidental hizo hincapié durante el Medioevo en el individuo, a partir de la Modernidad en el sujeto y, actualmente, está generando un tránsito desde la Posmodernidad hacia una comprensión del yo relacional. Vale la pena aclarar que en este documento se utilizan indistintamente las nociones de yo y de sujeto.
Según Gergen (1992), esta disposición de la sociedad para establecer vínculos complejos genera una presión al yo que lo desaparece al saturarlo plenamente. Entonces, se podría decir que la anterior declaración del autor es la anuencia del construccionismo con respecto a la disolución del yo. Sin embargo, él también menciona que el yo que se disuelve es el “yo auténtico”, ese yo producido por la Modernidad, un yo interior, razonado, observado, un yo individual.
En este sentido, la huella del sujeto está en el construccionismo, entre otras razones, porque éste no pretende eliminar conceptos, sino redescribirlos, ponerlos a circular en un orden distinto. Así, esta redescripción no descalifica una visión individual del yo, sino que le confiere otros sentidos, desde contextos específicos y mediante conexiones significativas con otros yoes.
Una situación cotidiana que permite comprender la redescripción referida es la “precocidad” de los niños de esta época, y de la cual los adultos se asombran. Sin embargo, esas características no obedecen a un sello personal, sino que están vinculadas a los desarrollos tecnológicos, a las investigaciones de la ciencia y especialmente a los desarrollos de la cultura que facilitan a estos niños tener una disposición diferente a la que vivimos otras generaciones.
En consecuencia, en la redescripción no se niega la particularidad, más bien se integran aspectos a esa visión individual; visión que es desplazada del centro, y que de no ser resignificada simplemente llevaría a decir, en el ejemplo citado, que los niños actuales son más “inteligentes” sin tener en cuenta el contexto social actual en que estos viven. En este momento se hace necesario aclarar que la resignificación o la redescripción es integrada a prácticas sociales que son su contexto inspirador.
Otro ejemplo puede ser la concepción sobre la desaparición de la familia. David Cooper (1979) escribió al respecto un libro denominado La muerte de la familia, y en Colombia es usual escuchar expresiones como destrucción de la familia y pérdida de valores. No obstante, desde una mirada redescriptiva se ha hablado de la transformación de la familia, no de su desaparición.
Esta redescripción es transformadora desde la postura construccionista, que admite un sujeto epistémico, el cual cambia, de forma drástica, la realidad que conoce y es transformado, a su vez, por ella. Puesta en términos de Jesús Ibáñez (1986) la anterior afirmación se contextualizaría así desde la ciencia de la física: “En mecánica cuántica, el objeto es deformado por el sujeto: al observarlo/manipularlo, lo transforma. En mecánica relativista…el sujeto, es deformado por el objeto” (p. 60).
La redescripción se podría asimilar a lo que en física Niels Bohr, citado por Ibáñez (1986), llamó “complementariedad” y que en nuestro caso se denominaría la complementariedad lingüística, para hacer alusión a un lenguaje que transforma la realidad sin negarla o difuminarla.
De forma análoga, de esta manera se debe comprender el paso de un yo aislado a un yo relacional, paso que no implica la desaparición del primero en aras del segundo, sino una especie de reacomodación, de nueva perspectiva. Lo contrario sería volver a las dualidades, a través de las cuales nos definimos por una o por otra de las partes, sin ninguna otra posibilidad.
Un cuestionamiento a la identidad tradicional se puede establecer mediante el caso del niño Emmanuel, nacido en las selvas colombianas, por cuenta del conflicto social que vivimos. ¿Debe conservar el nombre con el cual fue ingresado a una sede de Bienestar Familiar para proteger su identidad? Si se lo ve desde una identidad afincada en la Modernidad, se podría señalar que el cambio de nombre lo afectaría negativamente; sin embargo, toda su condición de vida está unida a una suerte de cambios drásticos propios de esta época transida de transformaciones de todo orden. Si se asume al niño como alguien determinado por una situación en extremo dolorosa, se estará en la idea de leerlo permanentemente como víctima y esa lectura posiblemente le será conferida de por vida. En otras palabras, se desarrollarían prácticas sociales estigmatizantes en torno al niño. ¿Por qué no pensar en formas de identidad distintas? ¿Se forma la identidad exclusivamente desde los cánones que se han inventado? ¿Hay entonces un solo tipo de yo?
La lectura del contexto es importante para dar cuenta de cómo se presentan las prácticas sociales y para no leer acontecimientos de manera aislada, lo que sólo da cuenta de una noticia, pero que desvía la atención sobre un hecho que no sólo atraviesa la vida de este niño y su familia, sino que también es la narración de la sociedad en la que nos ha correspondido vivir. Un hecho como éste, convertido en noticia parece desconocer la complejidad de una época que secuestra sueños, esperanzas, construcción de un país diverso.
Por ende, las críticas al construccionismo por su aparente desaparición del sujeto en aras de la relación pueden comenzar a refutarse, si se apela a Ibáñez, quien señala que el tema está mal planteado, puesto que hacer énfasis en la relación no equivale a desconocer al sujeto, sino a destacar que somos seres relacionales. De hecho, este autor va más allá al decir que es la postura positivista, en el plano epistemológico, la que desconoce al sujeto en la medida en que el producto se enajena del productor:
La objetividad implica, entre otros elementos fundamentales, que se neutralice cualquier influencia del sujeto productor de conocimientos sobre los conocimientos producidos. Se postula de esta manera una estricta separación, por lo tanto, como los dos polos preestablecidos, como los dos preexistentes, necesarios ambos a la generación del conocimiento, pero siempre que no se mezclen y se confundan. La estricta dicotomía sujeto-objeto, garantía de la objetividad, conduce a autonomizar el producto, es decir, tal o cual conocimiento científico, de sus condiciones particulares de producción. El proceso científico aparece plenamente de esta manera como un “proceso sin sujeto” (Ibáñez, 1994, pp. 249-250).
Discusión construccionista sobre el concepto de sujeto
En el construccionismo la identidad tradicional del sujeto ha sido desplazada, aunque la acepción más rigurosa podría ser redescrita. Una redescripción que no interpreta al sujeto como alguien aparte. Gergen (1996) expresa que “Las personas pueden retratarse de muchas maneras dependiendo de su contexto relacional. Según el autor uno no desarrolla un profundo y durable ‘yo verdadero’, sino un potencial para comunicar y representar un yo” (p. 254). La expresión “yo verdadero”, acentuada por el autor, remite al cuestionamiento que hace a una forma de ver al yo como esencia, como sustancia, pero especialmente como un hecho irrefutable, inmodificable, único.
En la literatura también encontramos reflexiones que parecen cuestionar un yo como esencia, esto en el caso de Octavio Paz (citado por Paniatowska, 1998), cuando afirma:
Nosotros pensamos que el “yo” es el gran baluarte, el núcleo de cada uno y al final nadie lo conoce porque lo que conocemos es una imagen externa y que seguramente no representa al “yo”. ¿No será mejor [...] pensar que el “yo”no existe, que el “yo” es una construcción ilusoria? (pp. 116-117).
Actualmente, en las disciplinas sociales y en nuestro contexto se ha presentado un fenómeno que toca con la identidad y se difunde -no podría ser de otra forma-, pues los cambios en la concepción del sujeto se conectan con todo lo demás. Así, en la disciplina psicológica existe una clásica discusión acerca de si tiene varios objetos de estudio o uno solo, pero multinivel: como comportamiento, como proceso psíquico, como percepción, como inconsciente, como significado, entre otros. Justo lo anterior parece la aceptación de una especie de unidad en la diversidad.
Esa misma lógica se encuentra en la Maestría en Psicología clínica y de familia de la Universidad Santo Tomás, en la que no se acepta una Psicología exclusiva desde el individuo, y la comprende, más bien, como un complejo de conocimiento que estudia al hombre en integración con otros afines.
En este sentido se comprende la afirmación de Gergen (1996) al señalar que “el valor del discurso psicológico no descansa en su capacidad para reflejar la verdad, sino más bien en su capacidad para llevar a cabo relaciones” (p. 97), que implican otras disciplinas y esfuerzos cada vez más significativos por buscar comprensiones amplias y develar múltiples conexiones.
Estos “desvaríos” de identidad disciplinar, en apariencia “anómalos” para una mirada moderna, se han venido abriendo paso en la sociedad y muestran claramente la forma en que se ha resignificado la visión de identidad. Ya no se trata de una unidad disciplinar -petrificada en los laberintos del aislamiento-, sino de acceso a los vínculos con otras disciplinas para establecer una identidad de un orden distinto, anclada en lo diverso, en el establecimiento de vínculos, en conexiones de múltiples niveles.
En esta misma línea de pensamiento se ubica la afirmación de Fals Borda cuando expresa que no existe una sola Colombia, sino muchas, al hacer alusión a la diversidad cultural del país y a su complejo entramado social, político y económico. Esta idea conlleva una mirada que redescribe un país usualmente comprendido desde una centralidad que lo atrapa en una forma de ser y actuar unidimensional.
En suma, la noción de unidad, de individuo y luego de sujeto se ha resquebrajado lenta, pero inexorablemente, tal como ocurrió con el átomo. Éste llegó a ser considerado como unidad indivisible, pero esta concepción perdió fuerza al establecerse la existencia de partículas subatómicas, lo cual desbordó los hallazgos iniciales que describían su composición desde sólo tres partículas: el electrón, el protón y el neutrón.
Tal como se señala con este ejemplo del átomo, la decisión de una noción de sujeto resquebrajado implica la riqueza de las relaciones, no necesariamente su desaparición en el vacío. Según Cañón (2007):
El énfasis en el individuo auspiciado por las sociedades modernas, inhibe la posibilidad de comprender la riqueza del intercambio humano, de reconocer la trascendencia y significado del contexto para el sujeto, de advertir la circulación del significado que se construye y deconstruye de manera permanente. La visión individual nos deja ciegos para comprender ese magma saturado que son las relaciones (2007, p. 124).
En últimas, los cambios en la concepción del yo generan nuevas aproximaciones a un mundo que se torna complejo y vinculante.
Otra manera de establecer cómo el construccionismo busca no descalificar, sino resignificar es la forma en que Gergen (2006) apela a la postura del romanticismo. Postura con la que tiene diferencias, pero que le permite reconocer su sentido de totalidad y de fusión de lo real, así como comprender que hablar de la relación supera las palabras e ingresa en un terreno espiritual.
Con base en lo anterior, Gergen considera que comprender al sujeto escindido de los demás es un hecho categórico en la Modernidad y ubicarlo relacionalmente cuesta mucho, porque la lógica de la época lleva a destacarlo solo, particular. Expresa que pensarlo en relación implica una especie de sensación de unidad, un encuentro oceánico, un vínculo con todo y no sólo con el interlocutor de turno. Así, la relación no es tan sólo de dos, es de totalidad. A esta totalidad se accede desde el lenguaje como acción, como práctica social y desde lo que Gergen denomina sublime relacional, apelando a la expresión utilizada por los románticos.
En concordancia, Octavio Paz (citado por Paniatowska, 1998) expresa que:
Las personas también son un medio. Cuando aceptamos la presencia física tal cual y la presencia moral tal cual, y logramos identificarnos, traspasamos el “yo” y vemos otro tipo de realidad. En las relaciones en donde la presencia del “otro yo” y del “yo mismo” son decisivos en las relaciones amorosas, la finalidad normal de esas relaciones es la desaparición de los dos: del “yo” que desea y del “yo” deseado. (p. 118).
Para seguir con el hilo de la identidad en proceso de resignificación, para Gergen (1992) existe un nivel de saturación del yo relacional denominado pastiche, que él acepta como opción del yo. Lo define así:
La personalidad “pastiche” es un camaleón social que toma en préstamo continuamente fragmentos de identidad de cualquier origen y los adecua a una situación determinada [...] Todo es posible si se elude la mirada de reconocimiento para localizar el yo auténtico y consistente, y meramente se procede con el máximo de las posibilidades a cada momento (p. 196).
Ese tipo de personalidad todavía produce cierto resquemor, pues saca de la idea de autenticidad, de identidad personal y otros dispositivos propios de la Modernidad. Por esto, podemos reconocer desde Rorty (1991) una de las características del yo relacional cuando emplea el término ironista para designar a quienes reconocen la contingencia y la fragilidad de sus creencias y deseos más fundamentales. Los ironistas son personas que entre esos deseos imposibles de fundamentar incluyen sus propias esperanzas. Esto hace del ironista una persona incapaz de tomarse en serio a sí misma, porque sabe que los términos con que se describe están sujetos a cambio; porque sabe siempre de la contingencia y la fragilidad de sus léxicos últimos y, por lo tanto, de su yo. Un yo de múltiples posibilidades que no da nada por establecido o permanente.
Esto se ve plasmado en la realidad política de muchos países. Se puede tomar a modo de ejemplo el caso de los candidatos a cargos públicos de elección popular. Cada uno de ellos no es tanto el sujeto con un carácter, una personalidad y unas motivaciones determinadas, sino una imagen. Una imagen bien vendida que lo identifica. Es una especie de mixtura impactante que construyen los publicistas al entrelazar partes del candidato, a modo de rompecabezas, para engancharse con la disposición del público y así generar resultados.
El candidato parecería confeccionado desde los gustos del público que, a su vez, están orientados por el mensaje publicitario. Importa poco lo que el candidato piense. Un candidato podría estar compelido a realizar acciones que le son ajenas en su vida cotidiana, pero que en su proceso electoral se le tornan indispensables. Su imagen en este proceso se torna sui generis, poco común. Lo que cada candidato “es” parece emerger desde el parecer, desde el hecho de aparentar, desde la imagen, desde otras condiciones que se podrían denominar saturantes. De esta manera, es fácil ver en el mundo actual una transformación aguda de las formas de ser sujeto que no se deben ignorar, a riesgo de quedarse en moldes superados por el ímpetu de los cambios sociales que conllevan sus respectivas prácticas y de no comprender, pero sí censurar de forma moralista acciones de órdenes distintos a los regidos por los supuestos principios rectos.
Se tiende a considerar que el ser humano piensa por iniciativa propia y de manera exclusiva, pero no se advierte que la sociedad y la cultura lo piensan, lo desean, lo estigmatizan o lo acogen. Como está hecho a la medida de un individuo o de un sujeto, no logra ver el caudal de relaciones y de los movimientos que hace con y desde los otros situados en su tiempo y lugar.
No obstante, la saturación del yo parece estar ligada a una práctica social que facilita la interacción con objetos, con sistemas, con procesos, pero que no facilita la acción mancomunada de los seres humanos; en este sentido se podría comprender lo que señala Gergen (2006):
Las mismas grandes tecnologías (la televisión, la radio, la prensa, el teléfono, el video, los ordenadores personales, por ejemplo) que nos permiten sacar provecho de una superabundancia de imágenes, opiniones, acontecimientos, explicaciones, etc., son también las que nos permiten existir agradablemente sin la presencia física de los demás. Estamos, sin duda, relacionados de múltiples maneras, pero estamos también más aislados en términos físicos. Me inquieta mucho esta tendencia, pues tiene efectos profundos en la sociedad. Mi principal preocupación en la actualidad consiste en saber si seremos capaces de emplear estas tecnologías -y en particular las redes informáticas- para generar nuevas formas de comunidad (p. 228).
Recientemente, en mi experiencia como docente, he explorado las posibilidades de relación vecinal de estudiantes de Psicología en Bogotá y encontré que ellos son renuentes a establecer relaciones directas con sus vecinos; prefieren establecer relaciones directas con otros jóvenes, o por vía virtual. Así, hay cierto aislamiento frente a personas cercanas que no tienen mucha significación para ellos.
La ciudad, dada esta experiencia, parece estar dispuesta desde los “habitáculos” que se construyen para que los acercamientos físicos sean los menos posibles. Por lo general, en los edificios de apartamentos las escaleras son estrechas, los espacios comunales igualmente pequeños, hay una especie de configuración del distanciamiento que no facilita favores mutuos que los vecinos otrora se hacían. En cambio, en escenarios de pobreza en los que las personas sólo se tienen a ellas mismas, dada la escasez de recursos económicos, y en los que la ciudad no ha penetrado del todo, todavía la vecindad conlleva contactos significativos.
Se puede observar que lo anterior está en la base de la inquietud de la declaración de Gergen, en el sentido de su preocupación por un aislamiento físico de los demás que muchos seres humanos vivencian. Esta situación llevaría a resignificar los esfuerzos que desde el orden comunitario se han realizado cuando se busca rescatar la acción mancomunada de personas que comparten espacios físicos. La racionalidad comunitaria tiene fuertes restricciones, por cuanto esos espacios compartidos tienden a desaparecer o, por lo menos, a estar demasiado menguados.
Las condiciones actuales hacen necesario repensar lo comunitario al servicio de una sociedad cada vez más saturada. Vale la pena preguntarse si las tecnologías de comunicación pueden complementar o suplir los valiosos espacios de encuentro directo (espacios comunitarios) entre los sujetos y cómo reivindicar desde el construccionismo los microespacios, por cuanto enfatiza que los encuentros físicos propicios en estos escenarios específicos tienden a empobrecerse cada vez más.
Se considera deseable estudiar la complejidad y las características de las relaciones en que las prácticas sociales instalan a los sujetos en contextos específicos, lo que implica tener presente que la saturación es favorecida, entre otras, por las relaciones cada vez más virtuales. Relaciones en las cuales las personas tienen la oportunidad de conocer a otras y a establecer relaciones afectivas haciendo abstracción del contacto visual directo.
Primero, la imprenta y luego la escritura moderna y otros dispositivos tecnológicos del siglo XX y del XXI no parecen estar en condiciones de reemplazar esos encuentros cercanos de los seres humanos, quizás las tecnologías pasan raudas y desaparecen para ser superadas por otras, la búsqueda de sentido debe estar articulada siempre a la irreemplazable interacción entre los sujetos. Así un yo de carácter relacional haría frente a una racionalidad virtualizante.
Las relaciones cara a cara, que parecen ser reclamadas por Gergen, son el apoyo de la constitución de un yo intenso, cuyo reconocimiento sorprende, pero que no se halla instalado en la individualidad, sino que confirma una identidad arraigada e intensa. El mismo Gergen retoma la recomendación de Nietzsche:
¡Vivid peligrosamente, es la única vez que vivís! Estas palabras llevan consigo un importante sentido de validez. Los momentos de cuotas más altas de drama a menudo son aquellos que más cristalizan nuestro sentido de la identidad. La principal victoria, el peligro que se ha resistido, el retorno de un amor perdido nos proporcionan nuestro sentido más agudo del yo (1996, pp. 244-245).
Gergen, al estar de acuerdo con esta cita, ¿se le podría reclamar que propende a la disolución del sujeto?
Otra declaración del autor permite esclarecer aún más esta situación de saturación que tiene como característica central ese aislamiento físico de los demás. En la comunidad tradicional, en la cual las relaciones personales eran confiables, continuadas y directas, se favorecía la adquisición de un sólido sentido del yo: el sentimiento de la propia identidad era amplia y permanentemente sustentado. Existía una coincidencia en cuanto a lo que estaba “bien” y lo que estaba “mal”. Cualquiera podía simplemente ser, sin pensar en ello, pues casi ni se planteaba que pudiera ser de otro modo.
Esta pauta tradicional se quiebra con la saturación social y el individuo se ve arrojado cada vez más a nuevas relaciones en la medida en que se amplía el campo laboral, la red de asociaciones, de colaboraciones, de aledaños poblados por voces extrañas, por visitantes del extranjero... (Gergen, 1992). El sujeto se ha convertido simultáneamente en un dispositivo, en un medio a través del cual circulan responsabilidades, señalamientos y deberes que en últimas lo disponen a vivir solo, desconectado.
Cuando se señala que el sujeto no existe, se está afirmando la integración de éste en las relaciones, algo así como la piedra que entra al agua de un lago, esa piedra ya no es una piedra a secas, está en el lago, pero está impregnada de agua, del espíritu de ese lago, comparte su temperatura, sus corrientes internas y, en general, todo su mundo. Esto permite comprender que el construccionismo no desaparece al sujeto, sino que pone en duda esa forma de sujeto implantada por la sociedad de la modernidad a través de la cual éste queda expuesto a una única mirada o comprensión a partir de la seducción del aparato social.
Quizás una dificultad para no abandonar la unidad aislada y aislante, o la individualidad yoica, se pueda comprender, en parte, desde una afirmación del escritor William Ospina (2005, p. 19) cuando plantea, a propósito de los límites geográficos, que “toda frontera está tejida de incertidumbre y de hierro”.
Los límites parecen amenazar lo que se considera propio, lo que está del otro lado parece amenazante, como sucede con el otro, con el tú. Ese temor podría ayudar a comprender el afincado concepto de identidad tan particularizante, máxime en una sociedad que como la occidental va transitando de la Modernidad a la Posmodernidad. Este tránsito reta a establecer relaciones de órdenes diversos que conlleven ampliar los límites de nuestro territorio inmediato. El ser humano está dispuesto a defender los espacios que le resultan significativos, pero no parece proclive a ser sensible frente a espacios que desde la lógica privada no le son propios.
Sin embargo, las anteriores concepciones no son productos particulares. Están al arbitrio de convenioscon otros actores sociales que es necesario estudiar para no acusar al individuo de lo que es una elaboración social compleja. En este sentido Gergen (1992) señala:
Las propias posibilidades sólo se materializan gracias a que otros las sustentan o las apoyan; si uno tiene una identidad, sólo se debe a que se lo permiten los rituales sociales en que participa; es capaz de ser esa persona porque esa persona es esencial para los juegos generales de la sociedad (p. 203).
Esta expresión resulta útil para estudiar la realidad, por cuanto somos rápidos en el momento de juzgar al sujeto, incluso, para estigmatizarlo, pero lentos para adentrarnos en la comprensión de lo que le ocurre en términos relacionales.
Una forma de no negar lo individual, pero si darle otra significación es esta declaración que Gergen realiza en otra de sus obras y la cual recuerda la idea de “sujeto comunitario” utilizada en la Psicología comunitaria y en otras estrategias aplicadas de distintas disciplinas sociales. El sujeto no desaparece, es asumido con y desde otros:
[...] el enfoque constructivista sigue alojado en el seno de la tradición del individualismo occidental. El construccionismo social, en cambio, remite las fuentes de la acción humana a las relaciones, y la comprensión misma del “funcionamiento individual” queda remitida al intercambio comunitario (1996, p. 94)
Es claro, pues, que Gergen no niega lo personal, sólo que lo hace menos importante que lo relacional. Dicho en sus propias palabras: “las narraciones del yo no son impulsos personales, sino procesos sociales realizados en el enclave de lo personal (1996, p. 259).
También desde la narrativa literaria en el género de la fantasía es posible encontrar una comprensión anticipada, en occidente, de una identidad distinta a la convencional. A propósito de los nombres que en nuestra sociedad son asignados de forma personalizante, Tolkien (2001) señala en un aparte de su libro El señor de los anillos: “No obstante, se mantuvo la costumbre de llamar Tuk al jefe de la familia, y se agregaba al nombre -si era necesario- un número, como por ejemplo Isengrim IIII” (p.18). El nombre asignado por los padres no es el único e incluso el más importante pues la denominación de alguien está ligada a convenciones sociales más amplias que superan la mera denominación asignada por la familia.
De esta forma, la identidad del sujeto se configura como una suerte de juego o intercambio social más complejo que el de los ámbitos familiares, desde allí los nombres están ligados a disposiciones sociales e históricas amplias, que dan cuenta de la conexión con los tiempos en que le corresponde vivir.
Bruner (1991), de acuerdo con lo expresado hasta ahora, plantea al respecto: “[...] aunque en un sentido puede que seamos ‘criaturas de la historia’, en otro también somos agentes autónomos” (pp. 109 -110). Ésta es una declaración contundente del construccionismo a favor de un sujeto particular integrado en las relaciones. Aquí el autor asume la complejidad de la relación sujeto-sociedad con mucha claridad. Ser un agente autónomo reivindica las posibilidades del sujeto; sin embargo, no se queda en la particularidad como el aspecto central de esa relación, sino que se cuestiona de manera tal que sigue reconociendo un yo, pero inserto en la relación:
¿No es el yo una relación transaccional entre un hablante y Otro; de hecho un otro Generalizado? ¿No es una manera de enmarcar la propia conciencia, la postura la identidad, el compromiso de uno mismo con respecto a otro? El yo, desde este punto de vista, se hace “dependiente del diálogo”, concebido tanto para el receptor de nuestro discurso como para fines intrapsíquicos (Bruner, 1991, p. 102).
Otro argumento planteado por Bruner (1991) afianza las prácticas sociales como las orientadoras del significado del yo en diferentes momentos y contextos. Ese hacer es el lenguaje puesto en acción y en contexto; es decir, el lenguaje es una forma de práctica y no una descripción de la realidad. El yo no es comprendido ni como sustancia, ni como esencia sino como producto finamente elaborado por el hacer de los seres humanos en relación; ese hacer es desde el construccionismo localizado, micro espacial. Este autor, consecuente con lo anterior dice:
Me parece que una psicología cultural impone dos requerimientos estrechamente relacionados entre sí sobre el estudio del Yo. Uno de ellos es que estos estudios deben centrarse sobre los significados en función de los cuales se define el Yo tanto por parte del individuo como por parte de la cultura en que éste participa. Pero esto no es suficiente si queremos entender cómo se negocia un “Yo”, ya que el Yo no es un mero resultado de la reflexión contemplativa. El segundo requerimiento es, por consiguiente, prestar atención a las prácticas en que “el significado del Yo” se alcanza y pone en funcionamiento. Estas nos proporcionan, de hecho, una visión más “distribuida” del Yo (p. 115.)
La afirmación que sigue tiene una importancia considerable, puesto que en ella se habla de la interdependencia, concepto que conecta la disposición individual con la relacional. Una vez más lo relacional es un puente entre una interioridad que pierde protagonismo, pero que no desaparece y que se complementa con su productora, es decir, la relación. Gergen expresa en tal sentido:
[...] las narraciones del yo no son posesiones fundamentalmente del individuo sino de las relaciones: son productos del intercambio social. En efecto, ser un yo con un pasado y un futuro potencial no es ser un agente independiente, único y autónomo, sino estar inmerso en la interdependencia (1996, p. 232).
Desde su perspectiva literaria, José Saramago expresó que “El otro es uno mismo” (2007). Autores como éste comprenden desde su sensibilidad los momentos de fusión que se pueden presentar entre los seres humanos. En su declaración sugiere, no la disolución del sujeto, sino un sujeto fundido con el otro, es decir, atravesado por la relación, sensible frente al otro, pero sin desaparecer. Esta idea coincide con el planteamiento de Gergen acerca de que estamos instalados en relaciones colaborativas.
Cuestionamientos a la concepción que tiene de sujeto el construccionismo
Frente a las posturas expresadas anteriormente, existen algunos argumentos muy interesantes desde la Psicología Crítica frente a la postura relacional del construccionismo, los cuales, a su vez, son controvertidos aquí. Para iniciar, González (2002) en una de sus afirmaciones críticas frente al construccionismo, manifiesta:
[...] una de las dificultades del construccionismo social es ver la naturaleza compleja y contradictoria de los procesos psíquicos y sociales, lo que lleva a los construccionistas a deificar la dimensión relacional y constructiva subrayada en sus trabajos, al extremo de hacer desaparecer todo proceso que no esté definido dentro de pautas discursivas relacionales situadas en contextos específicos (p. 142).
Según el momento histórico, ciertos procesos se reivindican sobre otros. Ya se ha señalado el énfasis en un sujeto y una identidad desde la Modernidad. El construccionismo no reivindica lo relacional a expensas del sujeto sino que se atreve a realizar una lectura distinta del sujeto y de la sociedad con base en el decurso que ha asumido la sociedad actual.
La sociedad actual reivindica unas relaciones mediáticas a través de sofisticados mecanismos electrónicos, otras sociedades han dispuesto también novedosos órdenes de comunicación en su momento. No hay que olvidar lo que nos plantea Ibáñez (1986), cuando dice que: “El sujeto es efecto, no causa, del orden simbólico. El orden simbólico preexiste a los individuos: cuando nacen tiene ya preparado, para cada uno, su lugar (en el conjunto de las relaciones)” (p. 56).
Consecuente con su postura crítica frente al construccionismo González, agrega nuevamente:
El individuo, en lugar de aparecer como sujeto, aparece como una expresión vacía de las posiciones que asume dentro de los procesos dialógicos en que se desarrolla o es la expresión de convergencia de voces protagonizadas por diferentes personas que han tenido un lugar de relación en su historia personal o está amarrado en narrativas producidas en sus relaciones con los otros. Lo cierto es que al estar atrapado en convenciones lingüísticas y discursivas socialmente producidas, no hay nada en él que permita explicar su capacidad de ruptura y su capacidad de elegir en los espacios a los que pertenece, por lo que se vuelve simplemente una expresión de los juegos relacionales y de lenguaje dominantes de sus contextos (p. 143).
A esta crítica se podría responder que la redefinición o la resignificación propuesta por el construccionismo es un ejercicio de confrontación desde el sujeto frente a narraciones que se perpetúan o reproducen, esa resignificación no se hace a expensas del sujeto desde un lenguaje librado a una dinámica propia, sino instalado y dependiendo de las prácticas sociales en las que interviene el sujeto de manera activa y decisiva. El lenguaje es hijo de las interacciones no un producto en el vacío.
El cuestionamiento a narraciones que se petrifican a expensas del sujeto es tan fuerte en el construccionismo que Gergen afirma al respecto:
[...] en el caso de la crítica ideológica, el acento tradicional puesto en la desmitificación y la emancipación respecto del conocimiento inválido queda eliminado de las tesis construccionistas, ya que cada una de ellas supone la posibilidad de una representación verdadera y objetiva de la realidad para la que la crítica haría las veces de corrección. La definición de la ideología como un estado psicológico también queda eliminada del construccionismo y es sustituida por la pragmática social [...] Los argumentos construccionistas, en general, son contrarios a las formulaciones fijas y finales, inclusive aquellas que ellos mismos elaboran. (1996, pp. 91-95).
El énfasis del construccionismo en la relación se debe entender, entonces, en un nivel pragmático dada la tradición a favor del sujeto. Desde la Ilustración y el Enciclopedismo en Occidente se ha privilegiado la mirada anclada en el sujeto como un paso hacia su autonomía e independencia; esta elaboración es posterior a la de individuo, cuya construcción se debe al cristianismo en Occidente1. El individuo aparece, pues, mezclado, aislado y sin vocación de mismidad. El sujeto, en cambio, producto de la Modernidad, aparece como la búsqueda de autonomía, de libertad. Emerge como conciencia de sí.
Considerar la relación como aspecto relevante asegura destacarla, dado que ha sido ignorada o desdeñada tras varios cientos de años. Se han desconocido las inmensas posibilidades que ofrece nutrirla, afianzarla. En el orden teórico, es razonable la postura dialéctica asumida por González, quien acepta la complementariedad y la contradicción entre el sujeto y la sociedad, o entre el individuo y sus posibilidades relacionales. Pero insisto que en la Modernidad se hace tal énfasis en el sujeto que el construccionismo lo que hace es poner bajo sospecha ese acento tan fuerte.
Otro aspecto que favorece la postura relacional del construccionismo, criticada por González, es la idea de la estigmatización a la que se ve sometido el sujeto en Occidente desde la Modernidad. Se crean héroes a los que se adora y se hace caso omiso de quienes le rodean. Esos mismos héroes pueden ser bajados de su pedestal con la misma intensidad con que fueron ascendidos. Si son per1 Agradezco al filósofo Francisco Arias por sus aportes sobre la concepción de individuo y sujeto. Aclaro además que para Bruner no parece haber distinción entre uno y otro concepto.sonas que han muerto, el énfasis heroico parece incrementarse, empero, el acento en el individuo viabiliza su enjuiciamiento permanente cuando actúa en discordancia con las convenciones, llamadas normas sociales.
Lo que se acuña en beneficio de los héroes, muchas veces de manera exagerada, también se hace con personas que transgreden los valores o los principios o que simplemente no están de acuerdo con nosotros. Esta forma de verlo todo a través del sujeto acaba sometiéndolo al terreno del dualismo en el orden práctico y teórico.
Gergen expresa algo que pone al construccionismo lejos de una crítica incesante desde los parámetros del sujeto de la Modernidad: “El construccionismo social ni es dualista ni monista (los debates existentes sobre estas cuestiones son, a los ojos del construccionista, en primer lugar ejercicios de competencia lingüística” (1996, p. 94).
Para este autor, lo inconveniente del énfasis en la individualidad se observa claramente si se tiene en cuenta que:
Al desplazarse el énfasis del yo a la relación, la multifrenia queda despojada de gran parte de su laceración potencial. Si no son los yoes individuales los que crean las relaciones, sino éstas las que crean el sentido del yo, entonces el yo deja de ser el centro de los éxitos o fracasos, el que merece el elogio o el descrédito, etcétera; más bien, yo soy un yo solamente en virtud de cumplir un determinado papel en una relación. Logros y fracasos, aumento de las responsabilidades, etcétera, son meros atributos que se asignan a cualquier ser que ocupa un lugar determinado en ciertas formas de relación. Gergen (1992, p. 204).
Estos planteamientos construccionistas reciben una crítica ideológica fuerte por parte de González (2002) al afirmar que:
Es interesante que oponiéndose al individualismo dominante en la ciencia psicológica tradicional, los autores comienzan a rendir una especie de culto a lo social, que hace totalmente el juego a los totalitarismos dominantes en el mundo actual, donde el sujeto es reprimido desde el poder manipulador de los medios en sus estructuras colonizadoras a través de las imágenes importadas de un “primer mundo” y sus formas de consumo, por un lado, y del otro, el sujeto es administrado y negado desde estructuras burocráticas, con una ideología centrada en la administración y el control individual, como la del modelo de socialismo todavía dominante en la mente de muchos (p. 143).
El construccionismo social no pretende tener soluciones acabadas o definitivas a los dilemas. Lo que hoy es puede mañana no ser. Tampoco tiene pretensiones de sistema, de hecho, sus más representativos autores, afirman que no tienen aspiración de perpetuar su postura. Está abierto a las resignificaciones, incluidas las de él. De alguna forma, el construccionismo sabe que debe perecer si es coherente con sus planteamientos. Reclamarle que es defensor de sistemas totalitarios no parece riguroso.
Es tan opuesta la postura expresada por Gergen al totalitarismo, que aún frente al concepto de democracia en Occidente expresa:
[...] no por ello se llega a la conclusión de que la democracia (como quiera que se la defina) haya demostrado ser superior a cualquier otra forma de organización social. Ciertamente el construccionismo pone en duda todo discurso que pretenda establecerse como definitivo o con posesión de la “verdad” (p. 315).
En el mismo sentido Ibáñez (2005) expresa, contra el totalitarismo, a propósito del concepto de revolución, que como proyecto, global y totalizante concierne al conjunto de una sociedad dada, es por necesidad un proyecto totalitario, ya que anuda el conjunto de las trayectorias individuales, subordinando lo particular a lo general.
A modo de conclusión
La exploración efectuada permite establecer que el construccionismo social reconoce al sujeto con una identidad resignificada desde la relación. A su vez, se observa, la emergencia de un yo relacional que rompe ciertas formas estáticas con las que la Modernidad ve la realidad. Ese yo relacional asume una forma tan mutable que parecería poco aceptable desde una óptica particularizante.
Los cuestionamientos de González al construccionismo no parecen reconocer la acción desfundamentadora de éste y tienden a juzgarlo políticamente como defensor del totalitarismo, siendo que el construccionismo pone en duda todo concepto o discurso que tienda a perpetuarse cualquiera sea su orientación.
Una razón para que el aislamiento del sujeto se mantenga es considerar que los espacios son propios y se tiene el temor de compartirlos; “el otro” o “lo otro” tienden a verse separadamente, desarraigados del sujeto. Además, poner el acento en el sujeto o el individuo con una identidad “verdadera” afianza la constitución de una polarización exacerbada que lleva a poner a unas personas en el pedestal de héroes y a otras bajo el sello de la estigmatización.
Es importante asumir que lo epistemológico se constituye en una estrategia muy importante a través de la cual se juega nuestra construcción de la realidad, y esta época marca una diferencia notable en las maneras de conocerla, de construirla.
El construccionismo ayuda a reflexionar sobre una prolija emergencia virtual de relaciones que tiende a poner entre paréntesis las relaciones cara a cara. Lo anterior preocupa al construccionismo, quizás por los interrogantes que quedan sobre el futuro de las relaciones. La posmodernidad nos muestra un sujeto poco centrado en las universalidades, en las grandes verdades y, más bien, lo asume como retenido en la cotidianidad, fiel a su existencia, dispuesto a la aventura de lo no seguro, al recorrido sin grandes principios.
Quedan algunas dudas sobre los postulados construccionistas, por ejemplo, la personalidad pastiche, promovida por Gergen ¿puede conducir a un yo plenamente saturado, momento en el cual, según el autor, desaparece el sujeto? Es más, ¿ese yo que desaparece es aquel yo moderno instalado en una identidad particularizante o es el yo relacional?
Si es el yo relacional el que desaparece esto cuestionaría la postura construccionista, proclive a reconocer los microespacios, por lo tanto, se confirmaría la preocupación de Gergen de que las relaciones de cercanía física entre los sujetos en la posmodernidad se han ido perdiendo o, por lo menos, tienden a ser cada vez menos extensivas y, quizás, significativas.
Pie de Página
1 Agradezco al filósofo Francisco Arias por sus aportes sobre la concepción de individuo y sujeto. Aclaro además que para Bruner no parece haber distinción entre uno y otro concepto.
Referencias
Bruner, J. (1991). Actos de significado. Madrid: Alianza Editorial.
Cañón, O. (2007). Poder e institucionalización en el bachillerato clásico: ecos de una investigación psicosocial. Revista Diversitas, 3 (2), 121-139.
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Gergen, K. (2006). Construir la realidad. Buenos Aires: Paidós.
Gergen, K. (1992). El yo saturado. Barcelona: Paidós.
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González, F. (2002). Sujeto y subjetividad. México: Thomson Editores.
Ibáñez, J. (1986). Nuevos avances en la investigación social. Barcelona: Proyecto a Ediciones.
Ibáñez, T. (1994). Psicología social construccionista. México: Universidad de Guadalajara.
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Rorty, R. (1991). Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona: Paidós.
Saramago, J. (9 de julio de 2007). Conversación con Laura Restrepo, Bogotá: Canal Capital.
Tolkien, J. R. (2001). El señor de los anillos. Barcelona: Círculo de lectores.
* Correspondencia: Óscar Cañón. Facultad de Psicología. Universidad Santo Tomás. Este artículo forma parte de los trabajos adelantados por el Grupo de Investigación Psicología de las Relaciones: Redes y Narrativas. Correo electrónico: oeco91@hotmail.com; Dirección postal: Cra. 9 No. 51-11, Bogotá, Colombia.