Publicado
2017-12-13

El conflicto, la guerra y la paz. Una aproximación desde la perspectiva del realismo político en Nicolás Maquiavelo

Conflict, war and peace. An approach from the perspective of political realism in Niccolò Machiavelli

DOI: https://doi.org/10.15332/25006681.3782
Víctor Alfonso Londoño Villegas

Resumen (es)

El presente trabajo tiene por objeto una reflexión general sobre las perspectivas de Maquiavelo en torno a la guerra y el conflicto dentro del terreno político. Siguiendo una consecuencia de los matices de El Príncipe y Los Discursos, mostraremos las diferentes particularidades del realismo a través de la imposibilidad de la paz, la manifestación del mal y la corrupción, la permanencia de la guerra y la superación política de los conflictos internos a través de la astucia, la fuerza y las leyes.

 

Palabras clave (es): conflicto, guerra, paz, realismo político, Nicolás Maquiavelo

Resumen (en)

The present work has the main objective to present a general reflection about the Machiavelli’s perspectives in relation with conflict, war and peace inside the political context. Following the consequences of the perspectives in The Prince and The Discourses, I’ll show the different features from political realism through the impossibility of peace, the evil’s manifestation and the corruption, the war permanence and the political overcoming from inner conflicts through the substance, the strength and the laws.
Palabras clave (en): conflict, war, peace, political realism, Niccolò Machiavelli
Víctor Alfonso Londoño Villegas, Universidad Tecnológica de Pereira
Magíster en filosofía con énfasis en política y moral.

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Cómo citar

Londoño Villegas, V. A. (2017). El conflicto, la guerra y la paz. Una aproximación desde la perspectiva del realismo político en Nicolás Maquiavelo. Campos En Ciencias Sociales, 5(1 y 2), 137-157. https://doi.org/10.15332/25006681.3782
DOI: https://doi.org/10.15332/s2339-3688.2017.0001.05

Artículo de reflexión

El conflicto, la guerra y la paz. Una aproximación desde la perspectiva del realismo político en Nicolás Maquiavelo*

Conflict, war and peace. An approach from the perspective of political realism in Niccolò Machiavelli

Víctor Alfonso Londoño Villegas

Magíster en Filosofía Universidad Tecnológica de Pereira - UTP. Miembro del semillero  de investigación Política, Sociedad y Derecho (Universidad La Gran Colombia, Bogotá, Colombia).  Correo electrónico: victoralondono@gmail.com

Fecha de recepción: Septiembre 14 de 2017 • Fecha de aceptación: Febrero 20 de 2018


Resumen

El presente trabajo tiene por objeto una reflexión general sobre las perspectivas de Maquiavelo en torno al conflicto, la guerra y la paz dentro del terreno político. Siguiendo una consecuencia de los matices de El Príncipe y Discursos, mostraré las diferentes particularidades del realismo político a través de la imposibilidad de la paz, la manifestación del mal y la corrupción, la permanencia de la guerra y la superación política de los conflictos internos a través de la astucia, la fuerza y las leyes.

Palabras clave: conflicto, guerra, paz, realismo político, Nicolás Maquiavelo.


Conflict, war and peace. An approach from the perspective of political realism in Niccolò Machiavelli

Abstract

The present work has the main objective to present a general reflection about the Machiavelli’s perspectives in relation with conflict, war and peace inside the political context. Following the consequences of the perspectives in The Prince and The Discourses, I’ll show the different features from political realism through the impossibility of peace, the evil’s manifestation and the corruption, the war permanence and the political overcoming from inner conflicts through the substance, the strength and the laws.

Keywords: Conflict, war, peace, political realism, Niccolò Machiavelli.


Introducción

Un Príncipe, por tanto, no debe tener otro objetivo ni más pensamiento, ni tomar otro arte como propio, aparte de la guerra, sus modalidades y dirección; pues es la única arte que concierne al que manda. Y requiere tal virtud que no sólo mantiene a quienes han nacido Príncipes, sino que con frecuencia promueve a particulares hasta ese rango. Por el contrario, se ve que cuando los Príncipes han dedicado más atención a la holganza que a las armas, han perdido su poder. Y la causa primera que te hace perderlo es descuidar dicha arte; como la causa que te lo hace adquirir es estar versado en ella (Príncipe XIV) (Maquiavelo, 2011a, 48).

La definición de “realismo político” a partir de las reflexiones de Maquiavelo, es una cuestión de ardua respuesta, sus múltiples intérpretes postulan variadas intenciones y matices derivadas de sus obras. La heterogeneidad pluralista de conceptualizaciones no permite una posibilidad de delimitación ni fácil, ni concreta. En efecto, hay algunas recurrencias imprescindibles en las diferentes perspectivas sobre el polémico florentino, tales como: la concepción pesimista o realista de la naturaleza humana, la recurrencia del conflicto y la guerra, la necesidad de institucionalizar el poder en un marco de equilibrio y, la idea de la política como ejercicio autónomo. Estas ideas son las más recurrentes que conforman de cierta manera la noción de realismo político como concepto.

El realismo político de Maquiavelo a través de los años ha conservado un poder intacto de fascinación, una singularidad intempestiva, incómoda y desbordante. Su obra presenta una génesis que se abriga bajo la fuerza de las circunstancias conflictivas. Su provocativo pensamiento político está dirigido a las masas de su tiempo, a la colectividad política entera cegada por el egoísmo, la credulidad y la ilusión. Bajo las posibilidades de su interpretación, se contempla un panorama siempre abierto al desarrollo de paradigmas nuevos como intento de superación de sus oscuridades. La telaraña de Maquiavelo deja continuamente un horizonte lleno de ambigüedades, sin embargo, procuramos sustraer el asunto del conflicto, la guerra y la paz, temas recurrentes en sus obras políticas bajo la pregunta, ¿por qué el conflicto, la guerra y la paz en perspectiva de Nicolás Maquiavelo son hechos inherentes al fenómeno político? En efecto, las obras que más nos acercan o son más pertinentes al desarrollo de estas problemáticas son: El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio (en adelante Discursos).

Su época particular está atravesada por una profunda crisis de lo político, es hijo de la trágica y convulsionada realidad del Renacimiento. Un periodo de transición y de cambio, desde la transformación teocéntrica hacia el antropocentrismo, desde la trasmutación de la teocracia hacia la democracia. Una época de división y anarquía. Una Italia fragmentada en un verdadero mosaico múltiple: bajo servidumbre de la Iglesia, los grandes Príncipes, los señores feudales, los ejércitos mercenarios, los ejércitos extranjeros y las potencias políticas intervencionistas como los franceses, los españoles y los alemanes; una Italia hundida mezquinamente por el poder bárbaro y el fraccionamiento: dividida entre el reino de Nápoles, el ducado de Milán, la aristocracia de Venecia, los Estados Pontificios y la República de Florencia. Los italianos sufrían toda clase de humillaciones y caudillajes como consecuencia del abuso del poder político y la división territorial. De todo ello resulta un universo político marcado por el conflicto y la inestabilidad, donde la fuerza (y, en último término, la fuerza militar) se convierte en factor fundamental y decisivo.

En efecto, la obra política de Maquiavelo presenta un enigma múltiple y diverso. Las innumerables noticias sobre su pensamiento no se concretan en la linealidad de la reflexión política, sino antes bien, se pluralizan y resquebrajan en una corriente de voces que reclaman una cierta legitimidad, a partir de finalidades de diversa trascendencia y naturaleza: la razón de Estado, el patriotismo abnegado, el bien común, la destrucción del judeo-cristianismo, la política como valor en sí, la seguridad territorial, la defensa de la tiranía criminal, la estrategia política, la conquista y conservación del poder, la grandeza, el honor y la gloria. Entre muchas otras novedades no menos importantes. El valor de Maquiavelo no reside en los diferentes calificativos o defensas conceptuales, sino en su propio carácter reflexivo multiforme, en sus derivaciones reflexivas del acontecimiento político real, es decir, la fuerza de las circunstancias surgidas del aquí y ahora, consumadas en los conflictos del Renacimiento.

Según Gautier (1978), esta expresión data del siglo XV. A falta de una teoría del poder en Maquiavelo los Discursos y El Príncipe se presentan con un método de gobierno, en el cual el principio general es que la razón de Estado debe preponderar sobre los intereses privados (pp. 65-66). La razón de Estado es la necesidad de medidas para asegurar la continuidad del poder o en periodo de crisis, la salvación de la patria. Este principio presenta cierto abuso —por móviles personales, la ambición, la pasión del poder y no necesariamente se utiliza por el interés de todos— con el cual los gobernantes pretenden, bajo el pretexto de interés común, justificar sus acciones opuestas al derecho y la moral. Mientras que, Velásquez (1999) cuestiona a la supuesta razón de Estado como apriorismo moral y absoluto que termina por marginar, negar, suprimir o engullir cualquier expresión de las virtudes públicas, bajo el supuesto de que no forman parte de la moralización radical de la sociedad. Igualmente, aunque Maquiavelo no usa literalmente el término “razón de Estado”, algunos autores como Sabine (2002) y Flores (1974) lo consideran como el creador del significado moderno de “Estado”. Sin embargo, al referirse en El Príncipe que todos los “Estados” son repúblicas o principados, hace referencia con “Estado” al simple status quo. En todo caso, el Estado no es algo abstracto, el Estado se conforma por individuos reales.
Maquiavelo ha exhortado hacia un tipo de filosofía política en la que apuntala un polémico sentido patriótico ferviente. Sus temores y preocupaciones atienden a una visión política unificadora abarcando la naturaleza de los conflictos, la guerra y la paz. Perfila las vías posibles para el proceder político, para la acción heroica. Una salvación principesca provisional oportuna a una desmembrada y arruinada patria, enajenada por poderes y arbitrariedades de extranjeros y de aventureros. Así escribe Maquiavelo en 1513 en la famosa exhortación del capítulo XXVI de El Príncipe:

De igual modo, en el presente, para conocer la virtud de un espíritu italiano era necesario que Italia se viera reducida a los términos en que lo está hoy día: más esclava que los judíos, más sierva que los persas, más dispersa que los atenienses, sin cabeza, sin orden, abatida, expoliada, lacerada, teatro de correrías y víctima de toda clase de devastación. (Maquiavelo, 2011a, p. 86)

Es necesario aclarar que la figura del Príncipe, como expresión de la monarquía, obedece a una alternativa política transitoria afianzada en la historia, y que sin duda, existe una prevalencia por un régimen político republicano. Aunque la palabra Príncipe es ambigua en Maquiavelo, la utilizaremos provisionalmente como sinónimo de gobernante, estadista, caudillo, jefe, político, dirigente o autoridad. En efecto, Benito Mussolini ha resaltado que el término Príncipe es equivalente a Estado. Igualmente, para Gramsci (1980), “Príncipe” puede traducirse como “partido político”.

En febrero de ese mismo año, Maquiavelo –que hacía tres meses había sido formalmente relevado de la cancillería tras la caída del régimen republicano– es encarcelado y torturado por error al ser sospechoso de una supuesta conspiración contra el nuevo gobierno de los Médicis. Según Strauss (1964, p. 203), aunque Maquiavelo no es un conspirador, sí es un maestro de conspiradores.

A propósito, Marcel Brion (2006) escribe:

Pero también era un ciudadano, un patriota. Un ciudadano vinculado a la gloria y a la prosperidad de Florencia. Un patriota que seguía la tradición de Dante, Petrarca y Cola di Rienzo, quienes tenían una visión unitaria de la Italia, más allá de su fragmentación, y la consideraban una unidad política, similar a un complejo biológico; quienes querían que Italia volviese a ser “una”, como en tiempos de los romanos. (p. 48)

Esta demanda es una exaltación insinuada, un cierto vaticinio al bien común. Ocasión de honrar a un nuevo Príncipe que proporcionara honor y bien a la totalidad de los italianos. El bien común —que a propósito, “bajo reserva” no es mencionado por Maquiavelo en El Príncipe, salvo esta insinuación, dado que, la cuestión fundamental es determinar la clase de gobernante para la fundación y preservación del Estado y el poder— tiene una clara divulgación en Discursos. En el prólogo sugiere un nuevo y original descubrimiento, “ominándome el deseo que siempre tuve de ejecutar sin consideración alguna lo que juzgo de común beneficio” (Maquiavelo, 2011b, p. 114). A través de una vía no seguida por nadie, interpela a aquellos que aprecien su tarea de forma benigna. La guerra y el uso de la fuerza, se afincan completamente en la política. El enemigo que no se encuentre afuera, se encuentra en casa. La tensión conflictiva del hombre radica en los deseos de los que quieren ganar y el temor de los que temen perder; una tensión entre ciudadanos de distintas clases sociales. Según José Eduardo Torres (2010):

Maquiavelo distingue tres grupos sociales principalmente: la élite o nobleza, el pueblo o ciudadanía y los plebeyos o clases bajas. Los intelectuales parecieran ubicarse en una pujante ‘clase media’ —si así puede llamarse a este grupo especial, en el que él se encuentra— que subsiste de sus relaciones puente entre nobleza y ciudadanía. (p. 110)

El deseo del pueblo en sí no es benigno al Estado, pero para Maquiavelo es el menos dañino, su fin es más honesto si se encauza a cierto orden en la contención del conflicto dentro del territorio. La praxis gubernamental asegura que las facciones internas no impongan sus intereses sino el bien común en su pluralidad.

Por lo tanto, el presente artículo tiene por objeto rastrear el fenómeno del conflicto, la recurrencia de la guerra y la imposibilidad de la paz a partir de la reflexión política del Renacimiento, pretende mostrar las consideraciones que Maquiavelo realiza desde sus más significativas obras: Discursos y El Príncipe, teniendo en cuenta al mismo tiempo, su contexto sociopolítico y algunas interpretaciones de comentaristas que buscan replantear cuestiones polémicas dentro de su pensamiento realista. En efecto, ¿por qué el conflicto, la guerra y la paz en perspectiva de Nicolás Maquiavelo son hechos inherentes al fenómeno político?

¿Por qué el conflicto, la guerra y la paz en perspectiva de Nicolás Maquiavelo son hechos inherentes al fenómeno político?

Sostengo que quienes censuran los conflictos entre la nobleza y el pueblo condenan lo que fue primera causa de la libertad de Roma, teniendo más en cuenta los tumultos y desórdenes ocurridos que los buenos ejemplos que produjeron (…) (Discursos I, IV).

El tema del conflicto y la guerra hechos que amenazan directamente el bien común, es ampliamente tratado por Maquiavelo en su doble dimensión: como problema al interior de un Estado y como hostilidades exteriores que desafían tal Estado. El conflicto y la guerra —hechos primordiales e irreductibles— se corresponden con principios fundamentales: el principio del poder y el principio de la paz. Por lo tanto, se sitúa un vínculo estrecho entre la paz, el conflicto y el poder. Potencias que se consuman en técnicas políticas y en el arte del gobierno en medio de un conjunto de fuerzas en tensión. En efecto, el hombre de Maquiavelo, tiene una naturaleza propia que le inclina permanentemente al conflicto. Por lo cual, el análisis político de la realidad parte de la insistencia continua de las conflagraciones interiores y exteriores.

Es de acuerdo común que para Maquiavelo todos los hombres son malos, “quien funda un Estado y le da leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita” (Maquiavelo, 2011b, p. 265). Tal es la sentencia antropológica, naturalista y cuasi mecánica del realismo político, que da sepultura a la idealidad de la moral humanista y cristiana, ante la evidencia de su desventaja en la acción política. El mal es fundamentalmente una hipótesis política, una noción que no deviene en concepto sino en intuición pura, Maquiavelo no se propone hacer un tratado sobre la naturaleza humana, antes bien, de su pesimismo antropológico deviene su optimismo político. Por lo tanto, entre el formalismo moral y la política real se verifica una contienda irreconciliable.

El entendimiento de la realidad política y su posible desciframiento moral atendiendo el marco normativo del derecho y la justicia es el problema eternamente insoluble en el florentino. Observa que un régimen generalmente se corrompe por el vicio y el envilecimiento, la inclinación humana al mal se determina en un catálogo de acciones malvadas, “ingratitud, ambición, envidia, codicia, odio, crueldad, engaño, lujuria, lujo y pereza” (De Grazia, 1994, p. 293). Estos designios de maldad son objeto de la más amplia decadencia y podredumbre que circunda la política; vicios que resquebrajan la esperanza en la unidad del Estado y la cohesión de Italia. Un gobernante prudente, tiene que asumir la condición siniestra y egoísta del hombre como hipótesis política imprescindible, en efecto, un Príncipe nuevo con vocación de redentor, no puede ser bueno moralmente en medio de tantas maldades conflictivas derivadas de la naturaleza humana.

En la tensión entre los deseos egoístas y el bien social recae la génesis de todo conflicto político interno: el conflicto de clase. Rencilla de ideas y colisión de temperamentos. Maquiavelo se ampara en el reconocimiento institucional del conflicto de la república romana, en el deseo de autoafirmación de la aristocracia en oposición a la indecisión deseante y temerosa del pueblo, la masa “sin-poder”; la plebe en antítesis con la nobleza oligarca usurpadora de la libertad. La corrupción se refleja en la voracidad de los apetitos de usura, luego vienen las contiendas civiles, las hostilidades internas y externas, “prolongados periodos de ocio y paz, exceso de ambición y lujo, decadencia del culto divino, relajación de las costumbres, políticas y leyes equivocadas, etc., son esgrimidos como causas de la corrupción” (Forte, 2011, p. 118). Por lo tanto, el hombre corrupto, pernicioso, ambicioso, soberbio y egoísta está bajo la exigencia de la domesticación, con el poder regio del Estado tiene que ser violentada su maldad. Pues “los hombres son, por lo general, malos y (…) el gobernante prudente debe basar su política en ese supuesto” (Sabine, 2002, p. 273). Su ímpetu tiene que dominarse a través de políticas instrumentalizadas en la violencia extraordinaria. Existen dos clases de guerra: por necesidad y por elección o ambición. “Cuando los hombres no combaten por necesidad, combaten por ambición, la cual es tan poderosa en el alma humana, que jamás la abandona, cualquiera que sea el rango a que el ambicioso llegue” (Maquiavelo, 2011b, p. 350). La libertad es condición de grandeza, la corrupción de desgracia; la realidad como estructura contingente e inestable deja a merced del estadista un campo extenso de elecciones y de posibilidades ambiguas: tanto benéficas para sí y perjudiciales para el Estado, como provechosas para el Estado pero contraproducentes al gobernante, el realismo político se sustenta en la absoluta movilidad y el cambio permanente de la fortuna, mientras que la corrupción actúa como aliada potencial de la decadencia.

Las guerras y conflictos del Renacimiento —época de Maquiavelo—, se encaminaban hacia una dimensión diferente a los conflictos medievales. En la Edad Media la guerra obedecía a las relaciones feudales con la nobleza y el soberano. La caballería, los vasallos y la feudalidad dependían de la nobleza, quienes a su vez, se subordinaban al soberano. La cuestión de la guerra era asunto de fidelidad por parte del vasallo al señor feudal. Internamente se afianzaba en intereses propiamente de la nobleza en el ataque o la defensa de las fronteras feudales. Una lucha de bandos dentro de una mentalidad señorial y nobiliaria que distaban de cualquier patriotismo. “La guerra del Renacimiento no se parecía a la de la Edad Media. Esta dependía aún de los dos factores primordiales de la época, esto es, la caballería y la feudalidad” (Brion, 2006, p. 216).

Por la continuidad de los conflictos militares entre feudos se generaron verdaderos clanes y linajes militares, cuyo valor caballeresco era el honor. Pero para otros sectores sociales, como los intelectuales y los campesinos, eran la rapiña, el saqueo y la codicia. El Renacimiento era una época corrupta de conflictos extremos, cuyo beneficio se otorgaba a los gentilhombres. Imponían su dominio por exclusiva utilidad particular. Por lo pronto, en el acaecimiento de la Edad Media y durante el Renacimiento, se configuran los ejércitos mercenarios, ejércitos profesionales quienes alquilaban sus servicios a los soberanos, a los nobles o al mejor postor, con el afán de obtener riqueza, tierras, fama, gloria y poder. Al mismo tiempo se configura el capitán profesional de la guerra, el condotiero.

Los condotieros o condottieri eran mercenarios, capitanes de ejércitos que pactaban con distintos poderes sus servicios militares. Disponían de pagos por su asistencia y prestación. Gozaban de cierta inmunidad, de tierras y, en muchos casos, se convertían en déspotas ávidos de botines. Eran verdaderos profesionales de la guerra, cuyo oficio lo consideraban como un arte. Según Lefort (2010), el condotiero es un Príncipe en potencia.

Este dirigía a contrato a los soldados mercenarios y pronto pasó de ser una figura útil y económica para los Estados, a ser invasor y alterar la vida política. “El sistema mercenario era en Italia de uso casi universal” (Skinner, 1998, p. 44). Maquiavelo especifica dos tipos de ejércitos: los despreciables mercenarios a sueldo y las prodigiosas milicias ciudadanas.

Con Maquiavelo se inicia una nueva cuestión de patriotismo, al plantear la conformación de un ejército nacional. La relación más próxima a la idea del ejército nacional la encontramos en Luis XI de Francia (1481-1483). Marcel Brion (2010) nos retrata esta situación:

Luis XI de Francia creó un ejército profesional, un ejército que obedecía de forma única y directa al rey, que estaba a su disposición durante la paz y durante la guerra, independientemente, por lo tanto, de las levas señoriales siempre hipotéticas. A este ejército de oficio, con las armas a punto en todo momento, del que se podía disponer de un día para otro, bastaba con transformarle la mentalidad para hacer de él un ejército nacional, es decir, para darle un objetivo que no fuera solo la paga y la esperanza del botín, en pocas palabras, para darle un ideal. Crear el sentimiento patriótico significaba armar moralmente a aquellos soldados, que de mercenarios pasaban a ser voluntarios, consagrados en cuerpo y alma a esa entidad cuya existencia se les revelaba: la patria. (p. 217)

Claro está que en la tradición literaria se expone la necesidad de poseer ejércitos propios. Tales designios los encontramos, de acuerdo a Brión (2010) en Livio, Polibio, Aristóteles y el humanista florentino Leonardo Bruni.

Maquiavelo buscaba infundirles a los combatientes una nueva mentalidad más allá de un interés material, de retribución económica. El florentino procuraba fijarle un objetivo al guerrero, persuadiéndolo y revistiéndolo de un sentimiento patrio, un sentimiento nacionalista. Es necesario aclarar que el nacionalismo es una ideología que nace a finales del siglo XVIII. Sin embargo, podríamos afirmar que Maquiavelo es precursor e iniciador de tal nacionalismo por su controvertido patriotismo, pero sería un anacronismo inscribirlo en tal ideología propiamente dicha. Es de esta manera como Maquiavelo llegó a buscar la forma de influenciar a los gobernantes de su tiempo y a pensar un tipo de estructura militar efectiva y diferente.

Su deseo de crear un ejército nacional excluía cualquier elemento mercenario, que se alquilaba al mejor postor y que no aportaba a la guerra más que un espíritu de lucro. Maquiavelo fue el inventor del patriotismo italiano o, mejor dicho, quiso despertar en el pueblo ese sentimiento que hasta entonces había sido privilegio exclusivo de algunas de las mentes más brillantes, de algunos de los corazones más generosos (Brion, 2006, p. 228).

La guerra, por tanto, tiene que ser función exclusiva del Estado. Profesión directamente del poder gubernamental. No corresponde a intereses individuales; si el poder militar descansa en particulares, el Estado será dominado por mercenarios ineptos y dañinos. El orden político tendrá plena estabilidad si descansa en un ejército popular. Primero, para la defensa de la libertad, segundo por la eficacia consiguiente para toda la ciudad. Strauss (1964) asevera que la unión de la sociedad no puede mantenerse si no está amenazada por la guerra. Quienes tienen como profesión la guerra, su interés radica en su existencia. El soldado de la milicia popular tendrá como interés la paz cuya defensa se manifiesta en la estabilidad de la ciudad y en la custodia de la libertad. El ejército propio encarnaba para Maquiavelo una exclamación antibárbara: “esta invocación maquiaveliana se entiende así como un grito de guerra lanzado por alguien quien al ser educado bajo el profundo sentir del Humanismo cívico florentino ha hecho de la patria su valor supremo” (Velázquez, 1999, p. 228).

Ahora bien, a partir del contexto renacentista, Maquiavelo asume la política como conflicto, beligerancia entre sujetos, grupos, intereses o perspectivas del mundo. La política tiene como condición de posibilidad la búsqueda de la cooperación; del equilibrio de la enemistad y la seguridad. Contingencia correspondiente con la controvertida sentencia del teórico militar Clausewitz (1978, p. 28): “la guerra no es un fenómeno independiente, sino la continuación de la política por medios diferentes”. La política es acción permanente, es la virtud potencial en pugna con el devenir fortuito. Es arte de engaño y simulación, cálculo de crueldad y fuerza. La política no se resume en el logro pasivo de la obediencia o en el estricto cumplimiento de imperativos morales o militares. En Maquiavelo se evidencia un pesimismo antropológico, los hombres solo se hacen buenos por necesidad, no por voluntad, pero su pesimismo no es político: no exagera en un mal radical, ni fatalista, la política es la única vía de salvación, unión y liberación.

La virtud o virtù (virtus en latín) un concepto capital e imperativo de un uso riguroso en Maquiavelo, tiene para algunos intérpretes una pluralidad de significados, un alcance polisémico intraducible: “la virtù está directamente asociada con la voluntad y la inteligencia, la acción y la destreza. Es conocimiento y sagacidad, no presunción, y es arrojo y competencia, no temeridad” (Abad, 2008, p. 8). Va en todas las direcciones del tiempo: pasado, presente y futuro. Va más allá del doble patrón de significaciones dogmáticas del Renacimiento en cuanto pensamiento cristiano y el horizonte humanista. Según José Abad, Maquiavelo usa el término de forma indiscriminada, incluso abusa de él. La virtud en Maquiavelo tiene una dimensión masculina; (vir) el más capaz, el más audaz, el más viril, en dicotomía con la Fortuna (diosa mujer) y en relación con la necesidad.

La diferencia está en que la tendencia a juzgar negativamente al hombre y concebirlo como irremisiblemente malo, solo tiene redención a partir de un cierto “optimismo político”. Los hombres “no saben ser o completamente criminales o perfectamente buenos” (Maquiavelo, 2011b, p. 328).

El florentino sitúa a la humanidad en una condición siniestra, una naturaleza ambigua, sospechosa, rapaz y subversiva: “los hombres hacen el bien por fuerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal, todo lo llenan de confusión y desorden” (Maquiavelo, 2011b, p. 266). La hegemonía del poder marca la directriz de la supremacía o la subordinación; la paz, no es una condición natural al hombre político, es una imposición en la continuidad del poder, en efecto, la paz en política es un peligro. El realismo de Maquiavelo es acción inmediata, no es utopía; es enérgico y activo. Es dinámica exigida en el aquí y el ahora: no se actúa para saber, sino que se sabe para actuar y, la paz es tan frágil que soporta en sí misma todas las condiciones para la guerra y el conflicto.

La guerra es permanente “es inescapable. Está arraigada en el vicio cardinal de la ambición” (De Grazia, 1994, p. 221). Gobernar es regular las fuerzas que legislan al mundo. La guerra se pospone solamente para beneficio de otros. Entre tanto, la ambición, la crueldad y la traición son medios temerarios para procurar poder, fama, honor, gloria y ganancia, “la traición es centralmente un hecho fundamental e inherente a cualquier relación política” (Velázquez, 1999, p. 261). En Maquiavelo —el consejero de Príncipes y predicador del pueblo— los fundamentos por excelencia del Estado son “las buenas leyes y las buenas armas” (Maquiavelo, 2011a, p. 40). La estabilidad y la unión italiana parten del orden y la seguridad. Las armas, constituyen la vía posible de coacción y las leyes de paz. Los deseos particulares de ambición, poder, fama y gloria tienen que ser frenados, aunque imposible eliminarlos: la corrupción es inherente al ser humano. Su transformación en integridad parece ser un milagro. Las acciones extraordinarias de un Príncipe más allá del bien y del mal son salvación, los medios son el engaño y la crueldad a través de las armas, las leyes o la amenaza. En efecto, “la guerra, inevitable y unificadora, y la paz, inalcanzable e incierta” (Conde, 1948, p. 216).

Por lo tanto, pretender alcanzar la paz política, implica prepararse previamente para la guerra. Pacificar el Estado por medio del terror. Se prefiere la fuerza a la oración: los Estados no se mantienen con padrenuestros en mano. El político de acción es un creador de nuevos órdenes y modos, es un profeta armado. Maquiavelo es un político realista y no un apóstol iluminado, los profetas desarmados fracasan.

De todas las situaciones desgraciadas, la más infeliz es la de una república o un Príncipe reducidos a términos de no poder estar en paz ni en guerra. En este caso se encuentran los que “para la paz sufren condiciones demasiado gravosas, y para la guerra se exponen a ser presa de sus aliados o de sus enemigos” (Maquiavelo, 2011b, p. 476).

Maquiavelo como canciller y diplomático político, con el ánimo de patriota, exhortó por la conformación de tropas nacionales para abandonar la decadente práctica mercenaria como defensa del Estado, “junto con la repugnancia que siente (…) por la nobleza, se encuentra su odio hacia los soldados mercenarios” (Sabine, 2002, p. 277). La inestabilidad de las armas a manos de las tropas mercenarias es caída mortal, ha arruinado a Príncipes y ha exterminado pueblos. Para Maquiavelo la guerra es auténtica si es facultad del Estado, profesionales del poder regio, del arte de gobierno. La guerra no debe descansar en los intereses de los despreciables e impostores mercenarios o condotieros —Príncipes en potencia—. La supremacía del poder militar ha de descansar en un ejército popular, en las prodigiosas milicias ciudadanas, soldados con sentimientos patrios y no ávidos de botines. El libro de Maquiavelo (2011c) Del arte de la guerra es una asociación entre sabiduría política, potencia y disciplina militar. Promueve un patriotismo unificador de transformación progresiva, de la mentalidad medieval a una moderna de Estado. Una transfiguración del feudalismo anárquico al patriotismo abnegado.

Ahora bien, el conflicto interno se desata en una dialéctica de los que desean dominar (aristócratas) y los que no quieren ser dominados (el pueblo), los Príncipes y los súbditos, los que mandan y los que obedecen, los que temen perder contra los que quieren conseguir. Maquiavelo “hace del conflicto el núcleo duro, irreductible, de las relaciones entre las personas y entre los grupos, y el motor de las transformaciones en la historia” (Rinesi, 2003, p. 157) (confróntese con Samamé, 2010, p. 130). La actividad política es dinámica de conflictos. La confrontación entre intereses lucha por el reconocimiento y la legitimación. Pero en Maquiavelo no se puede fundar una república sin la crueldad, “‘no se puede hacer una mesa sin destruir árboles, no se puede hacer una tortilla sin romper huevos, no se puede hacer una república sin matar gente’, afirma una de las más famosas máximas del realismo político” (Cortés, 2002, p. 19). Los hombres jamás están complacidos con sus circunstancias. Sin la fuerza no se salvan las ciudades, o como dice Hobbes (2005) en su obra Leviatán: “en la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales” (p. 104). La seguridad interna y externa es razón de Estado, pero no la guerra por la guerra. Un Estado débil es botín para un Estado fuerte y expansivo. La fuerza inscribe la dialéctica entre los más poderosos por naturaleza o por fortuna, y los que no lo son: el amo y el siervo. Calicles en el diálogo el Gorgias de Platón dice que las leyes son invención de los más débiles para defenderse de los más fuertes; sin embargo, tales leyes son a menudo usurpadas por los más vigorosos para ejercer más dominio sobre los frágiles:

La naturaleza misma demuestra que es justo que el fuerte tenga más que el débil y el poderoso más que el que no lo es. (…) Que el fuerte domine al débil y posea más. (…) Estos obran (…) con arreglo a la ley de la naturaleza. (Platón, 1992, p. 81)

De esta forma, llegamos a la cuestión, ¿por qué el conflicto, la guerra y la paz en perspectiva de Nicolás Maquiavelo son hechos inherentes al fenómeno político?

Conclusiones

El conflicto es extraído de la forma innata de los fenómenos del mundo natural. La naturaleza deviene en continua lucha por la sobrevivencia y la búsqueda de la supremacía. El Estado se metaforiza como organismo natural: nace, crece, se desarrolla y muere, su persistencia depende de las energías y fuerzas vitales. En el reino de los hombres los instintos primitivos relucen por deseo y jerarquía. “El conflicto está tan enraizado en las relaciones humanas, que siempre habrá alguien dispuesto a desencadenarlo. La irrefrenable tendencia adquisitiva del hombre engendra la lucha, y no hay manera de reprimir esa tendencia de modo estable” (Mansuy, 2013, p. 108).

El buen Príncipe tiene que poseer virtud de bestia feroz como león para amedrentar a los lobos, y de impostor como zorro astuto para reconocer las trampas. El mitológico centauro educador Chirón es un ejemplo: mitad bestia, mitad hombre. La guerra no es más que extensión de la naturaleza: es la más natural disposición política. La paz es la más artificial disposición del poder. De acuerdo como el devenir de los vientos de la fortuna soplen, conviene recurrir virtuosamente a las leyes políticas o a la fuerza salvaje:

Debéis, pues, saber que hay dos modalidades de combate: con las leyes, uno; con la fuerza, el otro. La primera es propia del hombre, la segunda, de las bestias; mas al no ser a menudo suficiente la primera, es menester recurrir a la segunda. Un Príncipe requiere, por tanto, saber usar bien de la bestia y del hombre. (Maquiavelo, 2011a, p. 58)

La ejemplificación de la bestia y el hombre —simbolizada en Chirón el centauro educador de Aquiles, Teseo y muchos otros griegos— ampara la deficiencia del moralismo cristiano y humanista: “Maquiavelo, podemos decir que reemplaza la imitación del Dios-Hombre Cristo por la imitación de la Bestia-Hombre Chirón” (Strauss, 1964, p. 92). Por lo tanto, podemos sustraer tres modalidades que conjuran los conflictos: la coacción de la ley, el engaño de las falsas promesas y la fuerza de la crueldad. La ley debe tener vigencia y disposición para el orden, pero en su limitación se debe apelar al engaño, un tipo de modalidad política. Una retórica de la impostura.

La “retórica de la impostura” se entiende, como una estrategia para confundir. En el capítulo XV de El Príncipe, Maquiavelo insinúa el modo de proceder y actuar de un gobernante y en el que el biógrafo Sebastián De Grazia (1994, p. 381), esgrime la idea de fundar una nueva ética con la cual entregarse a los negocios del Estado. Esta “retórica de la impostura” es innecesaria en tiempos extraordinarios cuyo recurso real es la fuerza. Especifica que los escritos de Maquiavelo van más allá del moralismo hacia la filosofía moral (De Grazia, 1994, p. 390). Es así que la “retórica de la impostura” es el presupuesto de la razón de Estado que protege al Príncipe de la conciencia de los súbditos y amigos y, en consecuencia, se debe inventar una nueva filosofía moral para proteger al Príncipe de su propia conciencia (De Grazia, 1994, p. 390). En efecto, el daño que los hombres pueden hacer constituye la base moral para el daño que un Príncipe puede hacerles. Vemos entonces que la “retórica de la impostura” es el procedimiento cotidiano del Príncipe, donde la cualidad de la astucia no se constituye en engaño, pues el engaño en sí mismo es un verdadero vicio, puntualiza el biógrafo.

Si los fraudes son ineficaces, la crueldad es el último recurso para la seguridad. En efecto, para Maquiavelo el vencer en la guerra —interna y externa— es cosa gloriosa, pero es más exaltado y enaltecido aquel que con engaños se impone:

Aunque el engaño sea en todo lo demás reprensible, en la guerra es cosa laudable y digna de elogio, y lo mismo se alaba a quien, por medio de él, vence al enemigo, como a quien lo rechaza por fuerza. (Maquiavelo, 2011b, p. 619)

Aunque la posibilidad de la fuerza es la puerta potencial y segura del éxito político, el caudillo debe acomodar su personalidad a la fuerza de las circunstancias. No es extraño un escepticismo frente a la paz. La paz viene siendo ordenamiento. La paz no se identifica con pasividad, sosiego, concordia, quietud. La paz es mero terreno propedéutico para la guerra, es mera ilusión. La paz no es el post mortem del conflicto. Es la consecuencia de un frágil acuerdo convencional. Siempre que exista el deseo, existirá la guerra y el conflicto, “creer en la paz permanente es una ilusión que redunda en algo peor que la guerra, (…) la paz permanente no puede ser el fin último de un país” (De Grazia, 1994, pp. 228-229).

La paz puede circunscribirse en el campo de la idealidad, aspiraciones episódicas de una duración efímera. La paz íntima, un valioso bien del hombre religioso medieval de autodominio se desdibuja del horizonte político de nuestro florentino. Ya la finalidad no es celestial, ni religiosa, sino antes bien, terrenal, mundana y política. Maquiavelo especula con independencia del dogmatismo moral y religioso. La paz es demagogia, es diplomacia. La paz es más contingente que la propia guerra. Nuestro pensador florentino nos muestra el camino para sospechar de la paz en las dimensiones de la política, por la propensión humana a la insatisfacción, la inestabilidad, al deseo, al fraude y a la traición. La idea de un Estado fuerte, se afianza en la medida en que la finalidad última no se legitima en la paz, sino en la conservación del poder y la seguridad. La imposición de la paz es una consecuencia del poder. Un Príncipe prudente, en la paz, aún debe ejercitarse más que en la guerra, y no debe “nunca en los periodos de paz permanecer ocioso” (Maquiavelo, 2011a, p. 50). El ocio es ruina, hace arder Estados y hace devastar ciudades.

Maquiavelo apunta a la conservación del poder, más que a la paz, pero procurando mantener un estado de guerra reducido, un Estado de seguridad. En definitiva, “para Maquiavelo la guerra era un juego intelectual, una partida de ajedrez” (Brion, 2006, p. 225). Es un arte. Si es imposible eliminar la confrontación, el egoísmo, el deseo humano de dominar, la pretensión de reconocimiento, la corrupción y la ambición, es más plausible y verosímil reducir los efectos funestos de la guerra; proteger el bien común, el interés del mayor número. La comisión del bien común se difumina en la corrupción. La ambición es su antítesis. Por lo tanto, en Maquiavelo existe una filosofía ambigua, el poder o es un medio o es un fin en sí mismo. El primero, es en favor de la política pública de seguridad y el bien mayoritario. Del segundo, resulta una arbitrariedad cruel, una tiranía, un poder absoluto, en síntesis, la razón de Estado es ambigua, implica despotismo y democracia. En el arte de gobierno las cuestiones de paz y guerra externa se someten a juicio del Príncipe: en el momento en que este se enfrenta a dilemas del santiamén, preciso para iniciar una guerra o tratados de paz que favorecen al poder y favorecen a los ciudadanos. Encontramos aquí, en esencia, las cuestiones a priori del realismo político: reconocer las fuerzas de las circunstancias. Al interior del Estado hay que inspirar por la fuerza el temor para mantener la paz interna, el castigo llega a pocos, pero el temor lo padecen todos, “el éxito del Príncipe supone un cálculo exacto de las relaciones de fuerza” (Lefort, 2010, p. 218). El Príncipe que no castiga a quien delinque, de manera que no pueda volver a delinquir, es tenido por ignorante o por un cobarde.

En consecuencia, el Príncipe es una construcción teórica genuinamente simbólica. Un héroe político, como presupuesto de salvación, unificación y redención en una Italia decadente. Según Gramsci (1980), es un mito. Es un ser imaginario y sin rostro. Su poder, presupone un grado de virtud pagana que permita saber entrar o salir de la paz y de la guerra, del bien y del mal, del acuerdo y el conflicto. En el florentino la moralidad política, la ética del gobernante, tiene como condición palmaria la unión y la articulación del Estado. Una ética política extraordinaria, que trascienda lo usual, eficaz y útil, cruel y astuta. De este modo, el Príncipe tiene la obligación política de tener la capacidad proactiva de transformar la realidad concreta, que se convierta en la soldadura de la patria en todos los rincones de sus fronteras. Pero sus postulados también benefician a déspotas y tiranos. Maquiavelo no tiembla ante ningún abismo moral; para el antimaquiavelismo es el maestro del mal, un consejero de tiranos, un adulador, un ironista, un irreligioso, un sanguinario, un ministro de Satanás, un criminal. Pero más allá de los anatemas, el político es juzgado por los resultados, por la utilidad y eficacia, no por los medios. En efecto, al final de El Príncipe, libro viviente, Maquiavelo, como hombre de guerra cita a Tito Livio cuando escribe, “es justa la guerra cuando es necesaria, y piadosas las armas cuando solo en ellas hay esperanza” (Maquiavelo, 2011a, p. 87).

Así mismo, para Maquiavelo en los Discursos II, XXX, el verdadero poder no está en el dinero sino en el valor y la reputación de la fuerza.

Esto no solo es de notar en el caso citado, sino en todos los demás de la historia de la república romana, donde se ve que jamás hizo conquistas con dinero, ni la paz por dinero, sino por el valor de sus soldados, lo que no creo haya ocurrido a ninguna otra república. (Maquiavelo, 2011b, p. 498)

Liberar a Italia es su natural conclusión: no importa la justicia o la injusticia, la humanidad o la crueldad, la gloria o la ignominia cuando hay que salvar la patria y su libertad. El fin no justifica los medios, solamente los medios necesarios pueden justificar —no cualquier fin—, sino únicamente el fin invariable de la patria. “Cualquier posición que postule la erradicación del conflicto entre los hombres, aun en un futuro lejano, resulta una quimera que no es inocua. Primero, porque es falsa y, segundo, porque es peligrosa precisamente porque es una falacia” (Vega, 2009, p. 99). Maquiavelo descubre la manera en que el poder real se manifiesta, los instrumentos de sus conquistas y los métodos de ejercerlo, poder repugnante que escritores de la antigüedad disimulaban y enseñaban bajo la máscara y el disfraz de la moral y la autoridad divina. Sin embargo, su aporte incuestionable fue revelar la inevitabilidad del conflicto y que la autoridad es solo el resultado del vínculo social político, y no la consecuencia de la Providencia divina religiosa.

No obstante, contemplamos una multifacética manera de abordar la conflictiva realidad política, en efecto, Maquiavelo es simultáneamente teórico y práctico, moralista e inmoralista, científico y artista, testigo y actor, republicano y monárquico, cínico y sincero, un patriota abnegado y un tolerante de la tiranía, estratega y adulador, observador y observado, sujeto y objeto, cronista y visionario. Quedamos expuestos a nuevas reivindicaciones e inéditos descubrimientos que puedan devenir en nuevos e infinitos rostros de la paz, la guerra y el conflicto como acontecimientos eternos e inherentes del realismo político de Maquiavelo.

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